NO TENGO NI LA MENOR IDEA YA DE CÓMO IBA A LLAMARSE ESTE BLOG REALMENTE. SÓLO RECUERDO QUE TRAS PROBAR MIL NOMBRES DISTINTOS, TODOS INTERESANTES, NO ME BASTÓ CON QUE BLOGGER DIJERA QUE ESTABAN YA TOMADOS. ENTRÉ UNO POR UNO EN TODOS ELLOS. ME DIJE: "SI A ALGUIEN SE LE HA OCURRIDO UN BLOG CON ESTE NOMBRE, SEGURO QUE AGUANTA VISITARLO". PARA MI SORPRESA, RESULTÓ QUE EL 99.9% ERAN BLOGS VACÍOS O CON UNA ENTRADA O DOS RIDÍCULAMENTE MINIMALISTAS DE ANTES DEL 2005. ¿QUÉ SIGNIFICA ESTO? QUIERO QUE SE LO PREGUNTEN TODOS.

martes, 13 de diciembre de 2011

Del otro lado


Foto de Jesus Abad Colorado

Artículo escrito Por: Dharmadeva en elespectador.com
Alfredo Molano siempre está del otro lado: su corazón y su prosa palpitan en la orilla donde viven los excluidos, los desplazados, las víctimas de la guerra inmemorial, las mujeres maltratadas, los abusados, los N.N. que para sus madres sí tuvieron nombre.

Este maestro de los que hemos querido leer este país, ha sido veedor y testigo de los procesos históricos reales de las últimas décadas en Colombia, y se ha expuesto por igual en su trashumancia de sociólogo, a la misma intemperie de lluvia, sol y guerra de los protagonistas de sus libros y a los vituperios de los ciegos y los sordos a la realidad que él investiga. La sociología de Molano, además, se apoya en la poesía de lo escueto y no en las estadísticas, así que las miradas de su ojo izquierdo han revelado, como nadie en Colombia, el meollo del alma nacional. Su más reciente libro, Del otro lado, es un tratado incomparable de la complejidad que somos, sin ambages; la historia íntima de cómo se corrompe el alma poco a poco.
Del otro lado no es literatura. El trabajo ha sido uno de ensamblaje respetuoso del relato de los colombianos que han ido a templar al Ecuador desplazados por las fuerzas del hambre, la corrupción del Estado y los múltiples ejércitos, la ambición y la desesperanza, y la esperanza. “Todos los que habitamos estos aires, somos huyentes”, dice Demetrio en el primer capítulo. El “escritor” se limita a escuchar con respeto y transcribir, a facilitar la sintaxis de la experiencia ajena, que hace propia para poderla plasmar y que hable sola. Y su elocuencia aturde pues, como dice el prologuista de esta obra, “No puedo creer lo que leo (la ficción se queda corta), es más que realidad (no alcanzo a imaginar esa realidad)”.
Por estas 219 páginas desfilan los demonios nacionales: el criminal aliento de las fumigaciones; los azufres de la coca y el bazuco; las garras insaciables de la policía; los colmillos voraces de todos los ejércitos convertidos en bandas criminales sin distingo; la cola puntiaguda de las siembras de palma; los cuernos retorcidos de las pirámides para lavar estiércol; las pezuñas del DAS; el trinche del negocio de las armas; la engañifa de los falsos positivos… listas cansonas que no pueden saturarnos, pues existen.
Nada, sin embargo, conmueve tanto como los desaparecidos. La muerte, incluso violenta, es un riesgo sabido. Pero “…al que trozan, o pierden, y nadie nunca puede amparar con sus lágrimas, nunca queda enterrado y nadie puede descansar. Ni siquiera el mismo perdido”, dice un colombiano.
Y a pesar del horror, cuando Molano presenta estas historias, y logra que entendamos que los males no son nacidos sólo del alma individual sino de condiciones económicas, políticas y sociales que perpetúan el hambre, rescata en el último segundo una esperanza, y podría suscribir la frase de Nury, una heroína criolla de su libro: “Jodidos somos todos, pero no malos”. Porque Molano intuye, como buen historiador, que de tanta desgracia habrá de resultar un pueblo recio que buscará la paz como un tesoro, cuando nos demos mañas de construir justicia.

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