NO TENGO NI LA MENOR IDEA YA DE CÓMO IBA A LLAMARSE ESTE BLOG REALMENTE. SÓLO RECUERDO QUE TRAS PROBAR MIL NOMBRES DISTINTOS, TODOS INTERESANTES, NO ME BASTÓ CON QUE BLOGGER DIJERA QUE ESTABAN YA TOMADOS. ENTRÉ UNO POR UNO EN TODOS ELLOS. ME DIJE: "SI A ALGUIEN SE LE HA OCURRIDO UN BLOG CON ESTE NOMBRE, SEGURO QUE AGUANTA VISITARLO". PARA MI SORPRESA, RESULTÓ QUE EL 99.9% ERAN BLOGS VACÍOS O CON UNA ENTRADA O DOS RIDÍCULAMENTE MINIMALISTAS DE ANTES DEL 2005. ¿QUÉ SIGNIFICA ESTO? QUIERO QUE SE LO PREGUNTEN TODOS.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Verdades para siempre


Dic 2011 - 1:00 am


Verdades para siempre
Por: William Ospina
Irak no poseía armas de destrucción masiva. Sadam Husein no era un aliado de Al Qaeda. La invasión de Irak no mejoró la seguridad de los Estados Unidos, más bien les consiguió millones de nuevos enemigos, que quizá no han cobrado su venganza porque la paciencia es una virtud oriental.

La guerra de Irak, que el oscuro y estúpido George Bush declaró ganada hace siete años, fue singularmente malvada e inútil, que ha infamado durante años la condición humana. La venganza no es una virtud cristiana: pero además cuatro mil muertos cristianos no pueden equivaler a más de cien mil muertos islámicos.
La democracia de Irak debería ser tarea de los iraquíes, pero si los Estados Unidos estuvieran empeñados en llevar la democracia a todos los rincones del mundo, no serían tan buenos aliados de la monarquía saudita. Cubrir la cabeza de la estatua de Sadam Husein con una bandera norteamericana no fue una manera de devolver la dignidad al pueblo iraquí. Las torturas y las infamias de la cárcel de Abu Grahib y de todas las cárceles de esta guerra, incluida la de Guantánamo, han degradado la imagen de los Estados Unidos ante el mundo.
Obama cumplió con su promesa de retirar de Irak las tropas norteamericanas, aunque, sabiendo de qué discursos debe defenderse, ha tenido que hacerlo proclamando una victoria inexistente, declarando que la misión fue necesaria, fingiendo creer que un oscuro ejército de ocupación que profana un territorio y un pueblo, y se envilece a sí mismo, es una armada invencible y una tropa de héroes.
Esta guerra durará en nuestra memoria como uno de los episodios más salvajes de la humanidad contemporánea, y los muertos de Irak merecen el dolor de los corazones nobles del mundo.
Hace ocho años, cuando comenzó la infamia, escribí que para llegar verdaderamente al corazón de Bagdad los norteamericanos tenían que cruzar cinco puertas: un desierto, una ciudad, una historia, una cultura y la voluntad de Dios. Después entendí que la puerta más difícil de encontrar sería la sexta: la puerta de salida.
Ahora pareciera que la han encontrado: que Estados Unidos se retira del escenario y se puede dedicar a la tranquilidad y al olvido. No sé qué estará pensando Dios al respecto, pero los grandes poderes de los Estados Unidos ya comenzaron a pagar su soberbia. Sabemos que la guerra de Irak costó más que la Segunda Guerra Mundial y es una de las principales causas de la crisis que hoy sacude a las primeras economías del mundo.
En español suele decirse que Dios no castiga ni con palo ni con rejo. Posiblemente los sabios de Oriente tengan razón cuando afirman que a menudo en la culpa ya está el castigo, que lo malo que hacemos no tiene que esperar un castigo ulterior, porque en su propia nuez trae ya la corrupción, la degradación y la semilla de la ruina.
No hay que desearles el mal a los que han hecho el mal, pero es importante recordarles que lo han hecho. El pueblo norteamericano consintió esta guerra en parte por miedo, porque los atentados del 11 de septiembre habían creado una histeria de fragilidad, pero sobre todo por venganza. Había que ver en los meses siguientes al atentado, en las ciudades del norte, con cuánta frecuencia la gente decía que había que hacerles pagar a los culpables el modo como habían herido el orgullo de los Estados Unidos. Y es que las Torres Gemelas, más que la gente que las ocupaba, eran el orgullo de ese país, el extraño símbolo de su hegemonía sobre el mundo. Basta el nombre de World Trade Center para entender lo que de simbólico había allí.
No existen ya las Torres Gemelas, no existe el Irak que existía entonces, no existe Sadam Husein, no existe Osama Bin Laden. Pero también hay que decir que ya no existen los Estados Unidos de hace diez años y ni siquiera la expiación de haber elegido un presidente negro de nombre árabe ha bastado para borrar la locura de esta primera década del nuevo milenio.
Tampoco existe Gadaffi y al parecer ni siquiera Libia existe ya. Eso sobre todo nos sirve para comprender que el mundo no aprende las lecciones de la historia. En nuestras propias narices, con la ayuda de todos los sofisticados medios de comunicación de la época, en Libia se libró hace poco, con los abundantes pretextos que suelen invocarse en estos casos, una nueva guerra de rapiña. Bajo las máscaras de la libertad, de la justicia, de la protección de los pueblos, se adelantó una astuta campaña de destrucción completa de un país y de apropiación de sus recursos. Han comenzado el nuevo siglo y el nuevo milenio.
A menudo sentimos que el mundo está al revés. Si alguien nos dijera que todo ocurrió al contrario, que el ataque con dos aviones comerciales llenos de pasajeros contra las Torres Gemelas de Nueva York fue una enloquecida retaliación de los iraquíes por una sangrienta invasión de ocho años de Estados Unidos en Irak, por una guerra injusta que produjo entre cien y ciento cincuenta mil muertos y la ruina del país y la devastación de su sociedad y el saqueo de su memoria histórica, nos resultaría más fácil creerlo. Hasta nos parecería que la venganza fue menos grave que la ofensa.

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